El rezo es uno de los elementos fundamentales de la Cosmovisión Chamánica que los pueblos originales se han encargado de mantener viva en todas sus tradiciones, y que a mi modo de ver representa el lenguaje del Espíritu y el Universo
En mi caminar he ido aprendiendo cosas acerca de como los elementos son sagrados, igual que las direcciones, a practicar la comunicación con los espíritus de animales y plantas… a confeccionar un altar con elementos de poder para Ritualizar un propósito, y muchas de esas cosas las he aprendido en los talleres y retiros que he vivenciado, hasta que de pronto, todo comenzó a tomar otro sentido cuando visité el Perú
Recuerdo una subida al conjunto arqueológico de Pisac, famosa por su mercadillo interminable repleto de artesanías, donde sus gentes amables ponen todo su empeño en encandilar al turista con los objetos tradicionales, los simbolismos de su cosmovisión y su jerga singular
Subiendo hacia las ruinas de piedras infinitas, casi trepando por las empinadas escaleras sin barandillas, llegué a un punto en que me di cuenta de que estaba subiendo muy muy alto, con un suelo de tierra y piedras que en ocasiones resbalaba y se disolvía a mi paso, en un instante me hice consciente de que no podía dar marcha atrás y de que solo había un camino, seguir hacia adelante.
En ese momento una sensación conocida me recorrió de arriba abajo; un miedo primitivo a morir, como si mi cuerpo pudiera decidir saltar al vacío en cualquier momento.
Me di cuenta de que estaba completamente sola, ningún grupo andaba por allá, todos habían regresado a sus colectivos para bajar al pueblo y allí andaba yo, como muchas otras veces en mi vida yendo a contra corriente de los demás, ya sabéis hasta qué punto ese camino puede ser solitario
Empezó a calarme profundo la sensación de que no sabía cómo podía bajar de ahí, teniendo como único aliado al vértigo, ese que no me deja ni asomarme por la ventana sin que mis rodillas se conviertan en mantequilla.
La tensión crecía en todo mi cuerpo y el temblor en los músculos casi me hacía tropezar, comenzaba a sentirme cada vez más torpe y al mismo tiempo sentía una tremenda presión interna en el intento de que cada paso fuese más firme, cosa que iba consiguiendo a duras penas, así que cuando llegué arriba y vislumbré todo el valle que se extendía bajo mis pies, allí a 3.450 mts de altura, casi tocando las nubes, me di cuenta de que necesitaba hacer algo para poder bajar
Me senté en la única sombra que encontré en aquel mediodía de verano andino, y saqué mi bolsita de hoja de coca para rezar
Elegí cuidadosamente una hojita, la acaricié con mis dedos y la llevé frente a mis labios, susurrando abiertamente mis temores y pidiendo fuerza al Espíritu para encontrar la determinación y la inspiración necesarias
Mi mente galopante solo podía pensar; estás aquí sola, no puedes pedir ayuda a nadie, solo cuentas contigo misma, y así era, aunque quizás no del todo; y al mismo tiempo un mantra interno resonaba en mi: no has venido aquí para morir, tu Viaje es otro
Respiré profundo, tome la hojita de coca y comencé a masticarla con una devoción inusual, como si mi vida dependiera de ello (y en un punto sentí que así era)
Me puse en pie, revisé el horizonte montañoso y respiré profundamente, alargando mi cuerpo para dejar que la energía del Espíritu me atravesara
Y entonces apareció como de la nada un guía local con su cliente chino, me vio la cara y entendió que andaba apurada, me preguntó si tenía mal de altura, mareos típicos de caminar a más de 3.000 metros, y le dije que no, que todo lo que me pasaba era que tenía vértigo común, el mismo que tengo subida a una escalera de 3 peldaños. A ratos podía sentir como los cortantes del precipicio se acercaban hacia mis pies invitándome a resbalar incluso a caer… y aquel hombre tan amable simplemente me dijo que en ese caso mejor bajar por el camino de la izquierda, que era más “seguro”
Inicié mi descenso respirando profundo y sintiendo la conexión con el Espíritu, hablando con El y agradeciendo que me infundiera coraje y pronto comencé a notar como mis pies se pegaban firmemente al suelo terroso. Sentía como si mis piernas se clavasen profundamente en la roca y se fundieran con el entorno de tal manera que, al igual que aquellas ancianas piedras, nada me haría caer del lugar en el que ponía cada paso. Sonreí, por dentro y por fuera
Así que llegué abajo con tal subidón de energía que tuve que parar a respirarlo. Dejaba tras de mí los restos de lo que fue un lugar habitado por aquellos hijos de la montaña hace cientos de años, con sus misterios y leyendas apenas por descubrir y también un viejo miedo a sentirme sola, vulnerable, incapaz.
Solía pensar mientras se me hacían difíciles las subidas, el para qué las gentes del lugar habían decidido construir en la cima del todo, con la dificultad y esfuerzo de llevar hasta allá cada piedra, vivir a merced de los vientos en lo más alto, subir y bajar cada día con sus animales y sus tareas cotidianas, buscar la manera inverosímil de llevar el agua a las casas, escalar por las empinadas piedras enclavadas en la tierra para sostener cada pisada …
Y finalmente me di cuenta, subir hasta allá era la mejor excusa para hablar con Dios, y sobre todo, para sentir que de algún modo, siempre atendió lo que pediste.
Una parte de mí cambió para siempre aquel día.
Ojalá te pase, ojalá ya te haya pasado
Buen Camino